domingo, 19 de abril de 2009

"La Belle Dame sans merci" de Frank Cadogan Cowper

Este cuadro me pone la carne de gallina siempre que lo miro. Está inspirado en un poema de John Keats, con el mismo nombre, que trata sobre un caballero que va por el bosque, con su caballo y se encuentra con una mujer muy bella con aspecto de hada. Él la sube a su caballo y van a donde ella vive. El caballero se duerme entonces y tiene pesadillas con otros caballeros muertos que le advierten sobre la dama. Cuando despierta se encuentra solo en una colina:

IX.
And there she lulled me asleep,
And there I dream’d—Ah! woe betide!
The latest dream I ever dream’d
On the cold hill’s side.

X.
I saw pale kings and princes too,
Pale warriors, death-pale were they all;
They cried—“La Belle Dame sans Merci
Hath thee in thrall!”

XI.
I saw their starved lips in the gloam,
With horrid warning gaped wide,
And I awoke and found me here,
On the cold hill’s side.

Bueno, tampoco es que sea para morirse, pero este cuadro me parece especialmente siniestro por varios detalles. Uno es que la armadura del caballero se ve muy nítida, mientras que su cara está borrosa como si estuviera ya medio muerto, o en esa especie de limbo extraño al que la dama le condena. El otro detalle son las amapolas del campo y las del traje de la dama. Como en el cuadro de Waterhouse las amapolas simbolizan el sueño profundo. Aunque en el poema podría tomarse a la dama por una personificación de la Muerte, me da más miedo imaginármela como alguien que puedas encontrarte en una pesadilla y te atrape en ella para siempre.


"La Belle Sans Merci" de John William Waterhouse

Esta pintura de Waterhouse sobre el mismo poema es bastante más cursi (mira el corazón que ella lleva en el hombro!) pero me sigue inquietando mucho el personaje y como le enreda el pelo en el cuello al caballero.

jueves, 2 de abril de 2009

Fragmento de "Al otro lado de la barrera del sueño" de H.P. Lovecraft

Me he preguntado con frecuencia si la mayoría de la humanidad se detiene alguna vez a reflexionar sobre la inmensa importancia que de vez en cuando tienen los sueños, y el oscuro mundo al que pertenecen. Mientras que la mayor parte de nuestras visiones nocturnas no son quizá más que vagos y fantásticos reflejos de nuestras experiencias cuando estamos despiertos -al contrario de lo que afirma Freud con su simbolismo pueril-, hay sin embargo algunas otras cuyo carácter extramundano y etéreo no permite una interpretación ordinaria, y cuyo efecto vagamente apasionante y preocupante sugiere posibles vislumbres fugaces de una esfera de existencia mental no menos iportante que la vida física, pero separada de ella por una barrera casi infranqueable. Mis experiencia no me permite dudar de que el hombre, cuando pierde la conciencia terrena, realmente habita durante algún tiempo en otra vida incorpórea de naturaleza muy diferente a la de la vida que conocemos, de la cual, cuando despierta, sólo perviven los recuerdos más insignificantes y más confusos. De esos recuerdos borrosos y fragmentarios podemos deducir mucho, pero comprobar poco. Podemos suponer que en sueños la vida, la materia y la vitalidad, tal como el mundo entiende tales cosas, no son forzosamente constantes; y que el tiempo y el espacio no existen tal como nosotros los comprendemos cuando estamos despiertos. A veces creo que esta vida menos material es nuestra más auténtica vida, que nuestra vana presencia sobre el globo terráqueo es en sí misma un fenómeno secundario o meramente virtual.